Capital de tres imperios, a caballo entre dos continentes y mezcla de oriente y occidente, Estambul, aunque no tan exótica como antaño, no defrauda al viajero. Todo lo contrario. Puede que a más de uno se le escape una lágrima de emoción al contemplar el paisaje que conforman la bellísima Mezquita Azul y uno de los más claros ejemplos de historia en vivo: Santa Sofía. Un día en el polo estrena país, ciudad y, durante un par de horas, continente.
Aunque algunos ciudadanos no están de acuerdo con la occidentalización de la ciudad en detrimento de su toque exótico, para nosotros Estambul se encuentra en el justo equilibrio entre ambos aspectos. Mantiene el encanto de toda ciudad tradicionalmente musulmana: las costumbres, la simpatía de sus habitantes, la exquisita gastronomía… Y a cambio, cuenta con una seguridad y limpieza que ya quisieran para sí muchas ciudades centroeuropeas. Su punto flaco es el elevado precio de entradas, productos y comidas (sobre todo en comparación con otros países como Marruecos o Túnez) y, sobre todo, la constante lucha con los taxistas.
Una ciudad con 22 siglos de historia, 13 millones de habitantes y 5.000 km2 de superficie daría para varias semanas. Nosotros hemos tenido que conformarnos con cuatro días que, teniendo en cuenta las eternas colas a todas horas del día, nos han permitido conocer lo siguiente:
Día 1: Sultanahmed y barrio del bazar
Recorremos el centro histórico, empezando por la plaza de Sultanahmed que, junto a los restos del antiguo hipódromo alberga tres de los principales monumentos de la ciudad:
- Santa Sofía: construida en el siglo VI, ha sido testigo directo de la turbulenta historia de la ciudad. Aunque su exterior no llama la atención, su dorado interior, en especial el de los mosaicos, es el verdadero tesoro. En la actualidad ya no se usa ni como iglesia ni como mezquita, sino como museo. Es de pago y hay que aguardar dos colas, una para sacar las entradas y otra para el control de seguridad. Ver página oficial.
- Mezquita Azul (Sultan Ahmed Camii): desde el siglo XVII comparte paisaje con Santa Sofía; a diferencia de ésta, es difícil decidir qué es más bello, si el impresionante conjunto exterior de cúpulas y minaretes o la profusa decoración interior. Se puede visitar gratuitamente (sin zapatos y con pañuelo en la cabeza para las mujeres), excepto en horario de culto. Ver página oficial.
- Cisterna Basílica: en un mar de columnas teñidas de luz anaranjada y peces gigantes nadando a escasa profundidad se encuentran las dos cabezas de medusa. Muy recomendable para todos y en especial para los fans de «Furia de titanes» (la antigua, no la basura que hicieron hace un par de años).
Muy cerca de la plaza, se encuentra el Palacio de Topkapi, hogar de los sultanes desde su construcción en 1465 hasta 1830. No es el típico palacio inmenso sino que se compone de varios pabellones en los que se pueden contemplar el mobiliario y decoración y también exposiciones con colecciones de relojes, joyas, reliquias religiosas… Aunque hay que pagar entrada aparte merece la pena visitar el harén. Lo más bonito, y sin necesidad de pagar otra entrada ni esperar colas, es el cuarto patio, con unas vistas y una decoración reflejada en la fuente que lo preside impresionantes.
Desde el palacio, por la Hüdavendigar Caddesi, se llega hasta la estación de tren de Sirkeci, donde uno puede intentar imaginarse a los viajeros del Orient Express a su llegada a la ciudad turca. Desde aquí, en tranvía, llegamos al barrio del Gran Bazar. Aunque, tal y como ya advierte la guía Lonely Planet es difícil encontrar chollos, merece la pena pasearse a conciencia por el entramado de calles y tiendas, tanto del bazar en sí, como de los alrededores. A un corto paseo, y para rematar el día, nos acercamos hasta la Mezquita Laleli (del tulipán), del siglo XVIII y sin un solo turista.
Día 2: el Bósforo
El Cuerno de Oro separa el casco antiguo de Estambul de la zona moderna y, por su parte, el Bósforo la divide en dos continentes. Aunque la mayoría de los puntos de interés turístico de la ciudad se encuentran en el lado europeo, el lado asiático ofrece no sólo unas vistas inmejorables sino también tesoros como el Palacio de Beylerbeyi, a nuestro juicio el más bonito de todos. Construido por el sultán Abdulaziz a finales del XIX, en su interior no hay un sólo milímetro sin decorar. Eso, y las vistas desde las distintas habitaciones lo convierten en visita imprescindible (ver página oficial).
Para apreciar las mansiones y palacios que cubren las orillas del Bósforo a ambos lados, nada mejor que un crucero de hora y media, desde el mar de Mármara hasta el mar Negro. Los admiradores de Espronceda en general o de la Canción del Pirata en particular, pueden llevar su versión de papel de «El Temido» (no os olvidéis de pintar los 10 cañones por banda) y decir aquello de «Asia a un lado, al otro Europa y allá a su frente Estambul».
De vuelta en Europa, en el puerto de Eminönü, no conviene perderse la Mezquita Nueva (Yeni Camii), del siglo XVII, a pesar de su nombre. La vista de sus cúpulas desde el Puente Gálata es una de las más famosas de la ciudad y la visita de su interior, a base de marmol, oro y columnas de colores, merece mucho la pena.
Muy cerca de la mezquita, junto al puerto, se encuentra el Bazar Egipcio o de las Especias, toda una explosión de colorido y olores. Recomendamos probar los quesos frescos que se venden al peso, los higos y los tés instantáneos de sabores. El puerto y la plaza son un hervidero constante de masas de gente y comidas de todo tipo. Al atardecer, el muelle y los monumentos se iluminan y las barcas empiezan a vender y cocinar su pesca del día al que se atreva a probarla. Los fieles al kebab tienen en el restaurante Hamdi uno de los mejores del mundo, en todas sus versiones.
Día 3: Beyoglu y Ortaköy
Al norte del Cuerno de Oro se encuentran los barrios de Beyoglu y Ortaköy. Empezamos la visita en el Palacio de Dolmabahçe (ver página oficial), contruido por el sultan Abdulmecid en el siglo XIX y que posteriormente sirvió de residencia tanto a la princesa Selma (De parte de la princesa muerta), como a Mustafá Kemal, más conocido como Ataturk. De este inmenso palacio se visitan en la actualidad, por separado, el ala de los hombres y el de las mujeres. Si no se tiene tiempo para las dos, es más impresionante el de los hombres, aunque habiendo visto Beylerbeyi, un paseo por el exterior es más que suficiente.
Desde aquí se puede coger un taxi hasta el barrio de Ortaköy que con sus casitas de colores, restaurantes y puestos callejeros atrae a decenas de visitantes a diario, tanto locales como extranjeros. Un consejo: para comer, mejor imitar a los locales y comprar una patata asada con un poco de todo para degustarla junto a las medusas del Bósforo.
Varios autobuses conectan Ortaköy con la plaza Taksim, donde comienza la calle peatonal más famosa de Estambul, Istiklal Caddesi. Los ciudadanos y guías turísticos presumen con orgullo de este equivalente a la calle Preciados de Madrid. ¿Lo mejor? Cuando la calle llega a su fin junto a la Torre Gálata y comienza este barrio mucho más atractivo para los que buscan algo diferente a las típicas calles comerciales. Se puede subir a la torre, construida por los genoveses en el siglo XIV, o, como sugiere la guía, tomarse algo en la terraza del Anemon Galata, que sale más barato y con mejores vistas.
Día 4: murallas y otras joyas
En un viaje a Estambul no puede faltar la visita a los restos de las murallas de Constantinopla, las mismas que en 1453 atravesaron los otomanos, dando así comienzo uno de los mayores imperios de la historia.
Junto a las murallas se encuentra una de las pequeñas joyas de Estambul que, aunque conocida y recomendada en todas las guías, pasa inadvertida para muchos turistas. Hablamos del primero iglesia, luego mezquita y actual museo de San Salvador de Chora (Kariye Camii), un claro ejemplo del pasado bizantino de la ciudad. El espléndido estado de conservación de sus bellos mosaicos y pinturas es motivo más que suficiente para darse el paseo (preferiblemente en taxi) hasta aquí.
De vuelta en el casco antiguo, no hay que perderse otras dos mezquitas: la de Suleimán (Süleymaniye camii), la más grande de la ciudad, y la de Rüstem Pasha, cuyo interior está cubierto de bellos azulejos. El camino entre ambas recuerda inevitablemente a la parte más auténtica de las medinas marroquíes.
Datos prácticos
- Cómo llegar: las opciones de vuelo directo desde Madrid son más bien escasas. Nuestra experiencia con Onurair ha sido muy negativa, reclamación incluida, así que aun sin probarla aconsejamos Turkish Airlines u otras compañías haciendo escala.
- Dónde dormir: el hotel Crowne Plaza ofrece unos servicios fantásticos, hammam incluido, en una buena localización ya que el tranvía que está a escasos dos minutos a pie comunica con los principales puntos de interés turístico.
- Transporte: el tranvía es el equivalente al metro, con la ventaja de que abre 24 horas y la desventaja de que en todas ellas está abarrotado y cuesta hasta respirar. Con los autobuses ocurre otro tanto de los mismo, con el inconveniente añadido de los eternos atascos a cualquier hora y lugar. Para determinados trayectos no queda más remedio que el taxi, que suele conllevar una pelea con el taxista para que ponga el taxímetro y que no te lleve dando la mayor vuelta posible por toda la ciudad.
- Comida: al mezclar sabores tradicionales árabes con griegos no puede ser sino excelente. Todas las opciones de carne, en especial el kebab, verduras (sobre todo berenjena), quesos, zumos de frutas, tés, pescados, panes, aceitunas… son exquisitas. Flaquean un poco en los postres, demasiado pesados y azucarados. Junto a todo lo que venden en los puestos callejeros y bazares, conviene probar también un par de restaurantes, como el Omar Cafe & Restaurant, en Sultanahmet, y Hamdi, en Eminönü.
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